Isaac
Newton alcanzó a descubrir que su teoría cosmológica producía algunas
irregularidades de cálculo; mínimas, pero que acumuladas amenazaban la solidez
de todo el sistema. Como no se atrevió a hablar de errores, y mucho menos de
imperfección, atribuyó estos detalles a la esporádica intervención de Dios. Esa
fue la última vez que en la historia de la ciencia se involucró al Creador en su
propia obra. Desde entonces, suponer Su intervención en el funcionamiento del
Universo pasó a ser, de hecho, una Imperfección intolerable; para la teoría y
para el Creador. Algo más tarde, en 1796, el astrónomo, matemático y francés
Pierre Simon Laplace formuló su teoría del sistema Solar. En realidad lo que
hizo fue perfeccionar el paradigma newtoniano limpiándolo de las esporádicas
intervenciones de un Ser corrector, supuesto en última instancia por Newton.
Cuando Napoleón le preguntó dónde estaba Dios en su teoría, el científico
respondió: Señor, Dios es una hipótesis innecesaria". En el mismo siglo,
John Stuart Mill declaró que la ciencia era incompatible con un Dios
voluntarioso. Como ya no era posible destronar el paradigma cuantitativista y
asustaba un poco destronar a Dios, se inventó un dios totalmente nuevo que
parecía el mismo: solo es posible un Dios (afirmó Stuart Mill) que gobierne el
mundo según leyes invariables. Este nuevo Dios, el Dios de G.W. Leibniz y de
Spinoza, había creado el Universo con sus leyes y luego se había retirado a
descansar. Pero a descansar en serio, lo que significa que no fue Él el
responsable de violar las leyes hidrostáticas en el mar Rojo. —El propio
Einstein dijo, en 1947, que la idea de un Dios personal (voluntarioso) no se
podía tomar en serio. Lo que en pocas palabras niegan todas las Sagradas
Escrituras, desde Moisés hasta Mahoma.
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Si Dios es la consecuencia de la Ignorancia humana, razón de más para creer en Él. Porque si toda ciencia humana es relativa y débil, la Ignorancia es poderosa e invencible. Si Dios es una ilusión, el materialismo científico no lo es menos. Pero con una desventaja: el materialismo es una ilusión doble: es una ilusión basada en la ilusión del conocimiento positivo del mundo, el que ya se ha revelado como relativo, limitado y provisorio. Dios, en cambio, contiene aquello que presentimos pero no podemos tener: la Verdad.
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De la misma forma que la religión ha perdido todas las batallas con la ciencia, la ciencia no ha podido evitar el renacimiento de la religión de sus propias contradicciones. Lo cual no deja de ser un éxito rotundo.
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Para el pensamiento religioso todo pasado fue mejor. El pasado mitológico, porque la creatura es un "ser caído"; el pasado histórico, porque ya no hay profetas o las creaturas siempre son peores; el pasado teológico, porque la autoridad aumenta con la antigüedad de los pensadores, tanto como para refutar a Galileo con otro pagano llamado Aristóteles. Esta actitud frente al tiempo se refleja en la vestimenta también: los sacerdotes actuales visten como en el siglo XII; el grupo protestante de los Amish no solo visten como sus abuelos del siglo XIX, sino además se niegan a andar en automóvil y por ello, en Estados Unidos, se desplazan usando carros de cuatro ruedas tirado por un pobre caballo que no alcanza a comprender la arbitrariedad humana. Para el pensamiento científico ocurre estrictamente lo contrario. Para cualquier científico moderno o posmoderno, sus conocimientos son superiores a los de Arquímedes o a los de Galileo. Diferente a los dos, para el arte no existe este desequilibrio entre pasado y presente; el arte profundo tiende a manejarse con un tiempo propio: la eternidad o la inmanencia. Casi ningún escritor actual, por ejemplo, osaría mirar desde arriba a Homero o a Shakespeare.
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Cuando Newton formuló el comportamiento de la gravitación universal, todo el mundo estuvo de acuerdo qué era el Universo y cómo funcionaba. La Verdad absoluta estaba sintetizada en la fórmula:
F = k . (M . m) / d²
Usando esta misma teoría, el astrónomo Edmund Halley predijo la aparición de un cometa para el año 1758. Por supuesto, el cometa se hizo presente y fue bautizado con el nombre de su profeta. La experiencia y la observación confirmaron todas las predicciones de Newton. ¿Por qué dudar, entonces? Al fin y al cabo era una fórmula matemática. —Todo bien, hasta que unos siglos más tarde el doctor Einstein formuló la suya. Entonces el espacio absoluto y tridimencional de Newton se desplomó como la manzana. Ya no había una fuerza gravitatoria que procedía de los cuerpos sino un espacio-tiempo que se curvaba para tragárselos. La teoría de Newton pasó a ser un caso muy particular de la nueva teoría General la que, como la anterior, fue confirmada por la observación y la experiencia. La visión cosmológica del Universo volvió a cambiar. Radicalmente, como tantas otras veces.
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Decepcionados con los cambios y las revoluciones de la filosofía, los positivistas propusieron a la ciencia como modelo de Verdad. Solo que más tarde, no bien comenzado el siglo XX, también las ciencias se revelaron tan inestables como la abominada historia de la filosofía. Aunque fructífera, la historia de las ciencias comenzó a mostrar su verdadera naturaleza (la naturaleza de la creatura metafísica), llena de revoluciones y parricidios. Este fenómeno afectó no solo a las ciencias naturales; también movió los cimientos de la divina matemática. —Durante siglos, los científicos estuvieron seguros de que el mundo era res extensa y que, como razonó Descartes, la distancia de las paredes de un vaso lleno de vacío era igual a cero. Por los años veinte otro científico, el señor Arthur Eddington, advirtió que la sólida mesa sobre la cual estaba escribiendo era más vacío que materia. Es más, de materia sólo tenía una billonésima parte y que, aquello que veía como una mesa no era más que un "efecto" del nuevo fenómeno sobre sus sentidos. Si se me permite una exageración, diré que Eddington comprendió que el mundo era una ilusión, como la ilusión de Buda o la del alucinado George Berkeley. —Ahora, el platonismo en la cosmología más profunda y el hermoso principio pitagórico, ambos, cimientos metafísicos de toda la ciencia moderna, ya no son posibles. Porque la gran Armonía no existe; no hay música de las esferas sino disonancia de las explosiones; no hay orden sino caos; el mundo ya no se expresa a través de los números sino lo contrario: son los números los que se expresan a través de la naturaleza (eso cuando pretenden ser algo más que una ciencia formal). Sobre el siglo XXI, la ciencia se ha acercado tanto a la filosofía que ya casi no se distingue a un físico teórico de uno de aquellos filósofos que se ocupaban de cosmología, en Grecia o en la Europa del siglo XVIII.
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La forma del conocimiento más prestigiosa de los últimos trescientos años ha sido la científica. Como en otras épocas, esta forma de pensar y ver el mundo condujo a incuestionables certezas, a verdades eternas; como en otras épocas, acabaron. —Cuando Kepler logró explicar con fórmulas simples el movimiento elíptico de los planetas escribió: "He escrito el libro; para ser leído ahora o en la posteridad, eso no importa. Puedo esperar un siglo por un lector así como Dios esperó seis mil años por un testigo". Más tarde, maravillado con la claridad matemática de su teoría, Isaac Newton exclamó: "O my God, I think Thy thought after Thee!". Lo que quiere decir no solo que también los grandes perdieron alguna vez la famosa modestia.
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El peor de los ignorantes es aquel que no lo sabe. Las creaturas conscientes de su propia ignorancia poseen el único y más sabio de los conocimientos posibles. —Si mal no recuerdo, algo parecido pensó Nicolás de Cusa hace seiscientos años: la ignorancia hecha consciente revela una verdad a la que no accede el pretendido conocimiento. De una forma refranera, podríamos formularlo así: el que ve lo que le falta, ve más que el que solo ve lo que tiene. Creo que de Cusa tituló esta idea, humilde y orgullosa, así: De docta ignorantia. —Nombro al latino para no volver otra vez sobre Grecia.
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